domingo, 23 de julio de 2017

El trigo y la cizaña


Nos situamos hoy ante un relato que pretende seguir profundizando en cómo es el Reino de los Cielos. De nuevo, Jesús utiliza las parábolas con un lenguaje sencillo y comprensible por la gente, especialmente por quienes conocen el mundo agrario. El trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura corresponden a realidades de la vida cotidiana. A través de la función de estos elementos en su contexto natural –el campo– el Señor quiere hacernos ver el modo en el que Dios Padre actúa en nuestra vida.
La paciencia
La controversia que aparece en la narración de Jesús sobre el trigo y la cizaña gira en torno a si es conveniente arrancar esta última cuanto antes. El desenlace del relato hace ver que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta que llegue el momento de la siega. Solo en ese momento serán separados.
Desde un punto de vista meramente racionalista y calculador no parece tener mucho sentido la espera, pues cuanto antes hagamos desaparecer las malas hierbas, mejor será para el campo y para el trigo. Además, siendo Dios omnipotente, no habría ningún obstáculo para que desde el primer momento impidiera al maligno sembrar la cizaña. Sin embargo, la primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, señala que si Dios no interviene no es por carencia de poder: «Tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia […] pues concedes el arrepentimiento a los pecadores». Si alguna característica del obrar de Dios destaca aquí es su infinita paciencia con el hombre. Aunque la parábola hable del campo y de la hierba, la realidad que hay detrás es el actuar de Dios en relación con el hombre, así como la posibilidad de cambio del hombre. El Señor desea ante todo que cambiemos y nos convirtamos. Y ello no sería posible si la siega se realizara antes de tiempo.
La otra cara de la moneda es que hemos de ser pacientes también nosotros. Naturalmente, quisiéramos ver solucionados todos nuestros problemas de un plumazo, los que nos afectan directamente y aquellos que escapan de nuestro alcance inmediato. Nos enerva, a menudo, ver cómo al mal arraiga en el mundo y parece que poco podemos hacer. Tampoco comprendemos, a veces, por qué Dios no interviene de modo excepcional en cada momento. Entendemos que el Señor permita que seamos libres, que podamos elegir entre el bien y el mal. Sin embargo, cuando somos testigos del mal propagándose por el mundo, no entendemos por qué Dios no interviene fulminantemente.
El grano de mostaza y la levadura
Las otras dos parábolas del pasaje que la liturgia nos presenta este domingo amplían nuestro conocimiento sobre el Reino de Dios y sirven para iluminar el sentido de la primera. La parábola del grano de mostaza quiere ser una muestra de que el Reino de Dios no se impone de una manera deslumbrante, sino que nace como algo pequeño y escondido. Nos enseña que Dios actúa de modo casi invisible, pero real. Con el tiempo va saliendo a la luz la gran obra que el Señor hace en nuestra vida. Parecido es el sentido de la levadura: no se ve, pero está presente y hace germinar la masa.
En resumidas cuentas, mediante las parábolas del Reino de Dios, Jesús nos anima a centrar nuestra mirada en la acción de Dios de un modo paciente y con esperanza. Dios es quien marca los tiempos y quien ya ha puesto su germen en nosotros. De no poner obstáculos, su Evangelio puede hacerse realidad en nuestra vida.
Daniel A. Escobar Portillo
Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

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