El hecho, recogido por todos los evangelistas, tuvo lugar en la
proximidad de la fiesta de la Pascua y suscitó gran impresión tanto entre la
multitud como entre sus discípulos. ¿Cómo debemos interpretar este gesto de
Jesús? En primer lugar, hay que señalar que no provocó ninguna represión de los
guardianes del orden público, porque lo vieron como una típica acción
profética: de hecho, los profetas, en nombre de Dios, con frecuencia
denunciaban los abusos, y a veces lo hacían con gestos simbólicos. El problema,
en todo caso, era su autoridad. Por eso los judíos le preguntaron a Jesús:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (Jn 2, 18); demuéstranos que actúas
verdaderamente en nombre de Dios.
La expulsión de los mercaderes
del templo también se ha interpretado en sentido político revolucionario,
colocando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes. Estos, de hecho,
eran «celosos» de la ley de Dios y estaban dispuestos a usar la violencia para
hacer que se cumpliera. En tiempos de Jesús esperaban a un mesías que liberase
a Israel del dominio de los romanos. Pero Jesús decepcionó estas expectativas,
por lo que algunos discípulos lo abandonaron, y Judas Iscariote incluso lo
traicionó. En realidad, es imposible interpretar a Jesús como violento: la
violencia es contraria al reino de Dios, es un instrumento del anticristo. La
violencia nunca sirve a la humanidad, más aún, la deshumaniza.
Escuchemos entonces las palabras
que Jesús dijo al realizar ese gesto: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre» (Jn 2,
16). Sus discípulos se acordaron entonces de lo que está escrito en un Salmo:
«El celo de tu casa me devora» (69, 10). Este Salmo es una invocación de ayuda
en una situación de extremo peligro a causa del odio de los enemigos: la
situación que Jesús vivirá en su pasión. El celo por el Padre y por su casa lo
llevará hasta la cruz: el suyo es el celo del amor que paga en carne propia, no
el que querría servir a Dios mediante la violencia. De hecho, el «signo» que
Jesús dará como prueba de su autoridad será precisamente su muerte y
resurrección. «Destruid este templo —dijo—, y en tres días lo levantaré». Y san
Juan observa: «Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21). Con la Pascua de Jesús se
inicia un nuevo culto, el culto del amor, y un nuevo templo que es él mismo,
Cristo resucitado, por el cual cada creyente puede adorar a Dios Padre «en
espíritu y verdad» (Jn 4,
23). Queridos amigos, el Espíritu Santo comenzó a construir este nuevo templo
en el seno de la Virgen María. Por su intercesión, pidamos que cada cristiano
sea piedra viva de este edificio espiritual.
Benedicto XVI. Domingo 11 de marzo de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario